Prefacio Jorge Alberto López Gallardo Paso del Norte, Diciembre, 2001 El contexto social La historia del México que conoció Francisco Fierro es la historia de los movimientos político-sociales protagonizados por la población indígena mexicana infectada de un modernismo sin enfoque. La literatura de Fierro surge de este estado social, sus novelas representan en lo esencial la postulación, proposición, y solución literarias de tales acontecimientos. A diferencia del resto de los habitantes del mundillo intelectual mexicano de la época, la obra de Fierro retrata vivamente los espasmos que experimenta México durante la transición del siglo XX al XXI. Hasta antes del autor, la historia literaria de esa era del país se resumía en el desenfocado retrato del agro mexicano dado por Rulfo y seguidores. A casi tres siglos de distancia, hoy la historia posiciona a Rulfo como representante del siglo XX, siendo los demás escritores de esa era variaciones sobre el mismo tema, y a Fierro, de quien hoy nos ocupamos, como el parteaguas del XXI. Ciertamente cabe decir que, en la época a la que nos estamos refiriendo, el mexicano común carece de una conciencia política y social desarrollada, por lo que parece casi inconcebible que la manifestación artística de nuestro autor haya podido surgir ante tales condiciones. A mediados del XX, la literatura y concretamente la novela no representa en México a vehículo alguno a través del cual se hubiera canalizado ideología alguna durante el reinado de los últimos gobernantes priistas. La traducción mexicana del surrealismo europeo de los años treinta, había dado lugar al realismo mágico, cuya aportación social fue –a lo más- un borroso retrato costumbrista de la Latinoamérica de la época. Fierro rompe con esto tomando de una manera resuelta y convencida – y al estilo más puramente Gorkiano - el papel de desarrollar la novela en instrumento de formación de conciencia social, naciendo con esto el “Fierrismo” como proyección literaria del “Zapatismo”, movimiento político de fin de siglo. Esta toma de postura, este nuevo florecimiento cultural que se propagó como fuego silvestre a través de todo el continente, tiene su origen, curiosamente, en la nula actividad literaria existente al final del milenio así como en la confusa definición de mexicanidad a la que enfrentaban los habitantes del país y del sur de lo que entonces aún era Estados Unidos de América. Con el continente aún firmemente anclado en la época que se ha dado por llamar el “cinquecento blanche”, pero que ya estaba en plena decadencia, el trabajo literario de la época se limitaba a promover directa o indirectamente un desprendimiento soez de las raíces indígenas y un sometimiento incondicional al modernismo tecnocrático liderado por los Estados Unidos, que en aquel entonces se extendía hasta la mitad del desierto del trópico de Cáncer. ¿Qué mejor contexto social para un autor tan extraordinariamente receptivo que el que le deparó su momento histórico, esto es, que el espectáculo del estrepitoso derrumbamiento de un orden neoliberal y caduco frente a los albores de un mundo nuevo que amanecía cargado de esperanza para una sociedad sumida en una explotación y en una miseria perpetuadas a lo largo de los siglos? En la época de la reforma neoliberal y democrática de la transición PRI-PAN, y, con el ambiente literario mexicano dominado por Rius, Fuentes, Monsivaís y Poniatowska, la clase culta mexicana la constituía en su mayor parte la clase media alta neoliberal abierta a los nuevos aires que soplaban desde el norte. Pero a finales del siglo XX y principios del XXI nace una nueva vanguardia cultural y política –los Zapatistas-, formada por intelectuales con ideas radicales indigenistas, que terminará liquidando el predominio de las vacías ambiciones neoliberales de la clase media en la literatura mexicana. De esta forma, la orientación espiritual y artística pasará de manos de los tecnócratas cultos globalifílicos a las de una intelectualidad radical, introspectiva y globalifóbica que mantendrá por lo general intacta su tendencia hasta la segunda guerra civil estadounidense en el año 2084, en la que se da la secesión y anexión de nuevo a México de la parte sur del ex-coloso del norte. Esto es, en síntesis, el contexto socio-cultural que precede al nacimiento de nuestro escritor, hecho que aconteció el 14 de Noviembre de 1952 en Parral, en el límite sur del desierto chihuahuense. Echeverría, López Portillo y Salinas son los principales gobernantes priistas que gobiernan los extensos y peculiares territorios mexicanos de la época prometiendo buena vida bajo el modelo del norte usando los recién descubierto mantos petrolíferos del Golfo de México. El estado de cosas se mantiene hasta la simbólica revolución panista de Fox y Alvarez que destruye la continuidad septuagenaria del Partido Revolucionario Institucional aumentando la dosis de democracia pero sin abandonar el marco económico y aumentándolo con una velada súplica de adopción al gigante económico del norte. La política priista estuvo marcada por el símbolo de la tiranía autocrática, sí bien con fluctuaciones de distinta intensidad, pues si Salinas fue un paradigma puro de la tiranía a ultranza, los demás presidentes se mostraron más transigentes, siempre – claro está – dentro de una concepción autoritaria de poder. Con todo, el ejemplo de los últimos gobernantes priistas no constituye el único caso de la historia de México en el que a la intransigencia de un gobernante le sucede la mayor tolerancia de otro. Pero lo cierto es que todos los presidentes priistas hicieron uso del poder absoluto con un rigor semejante a cualquiera de las dictaduras que existieron en el siglo XXII hasta antes de la gran formación de las cinco federaciones continentales modernas. Realmente, las fluctuaciones que cabe detectar en esta línea política despótica vinieron determinadas por el temor que sintieron los presidentes a las revueltas populares cuya primera manifestación seria sería cabría y cabría situar en la que tuvo lugar en Tlaltelolco en 1968. El período presidencial de Echeverría provocaría, a largo plazo, una serie de reformas sociales y económicas, las más importantes de las cuales fueron la creación, en los siguientes treinta años, de una oposición verdadera, y la estratificacíon –más bien polarización- de la sociedad. Esto provocó en los siguientes treinta años una gran inmigración campesina al país del norte que se enclavó firmemente en la economía de los Estados Unidos cambiando lenta- pero firmemente el destino de esa nación. La inesperada magnitud de la erróneas decisiones políticas y económicas del México del último tercio del siglo XX, que llegaron a tener una influencia decisiva en el futuro de la nación del norte, puede ser entendida tan solo si tenemos en cuenta que la tecnificación de la época había hundido económicamente la causa agraria y ecológica en ambos países. Los primeros efectos del abandono agropecuario se dejaron ver en los Estados Unidos en el último cuarto del siglo XX con la reducción masiva Reaganeana de granjas de más del cincuenta por ciento. México, consumidor de maíz por excelencia, asimismo empezó a tener que importar granos para satisfacer la demanda interna. A pesar de débiles esfuerzos (Ohio, 2001) por reavivar el agro, los EUA y México habían delegado a otros países menos desarrollados, de hecho, la producción agrícola, y habían descuidado la protección del ambiente. El llamado zapatista –transcrito a la literatura por Fierro- a un reencuentro con nuestras raíces fue entendido no tan solo por sus connacionales de la época sino por los millones de migrantes que en la segunda mitad del siglo XX habían desafiado exitosamente la teoría norteamericana del <<melting pot>> o aleación de razas, manteniendo su unidad con la tierra de Aztlán mas allá de la entonces frontera del Río Bravo. En suma, la talante reforma neoliberal de finales de siglo quedó interrumpida, no por la transición del poder del PRI al PAN, sino por el impacto que los connacionales de la época empezaron a tener tanto en la industria como en el agro del norte de México y sur de los EUA. Ciertos acontecimientos hicieron que se volviera a intensificar la dinámica brutalmente represiva, ahora en ambos países. Ciertamente, las revueltas realizadas por los campesinos presuntamente emancipados, los incendios provocados en los bosques de Chihuahua en el 2011 por grupos tempraneros anti-secesión, y, el atentado perpetrado contra el presidente Jef Bush en su visita a Texas en el 2017 representaron un vivo combustible que hizo que se reavivara el despotismo. Cuando en el 2021 se generalizó la lucha armada bi-nacional que había surgido de un movimiento formado en su mayoría por estudiantes que intentó aproximarse al pueblo sobre la base de educar y agitar al campesinado, el edificio socio-económico entero pareció en trance de estallar. Bien es cierto que el gobierno aniquiló este movimiento de concienciación política y cultural popular, pero la victimación del mismo suscitó como represalia una etapa de terrorismo que culminó en un atentado mortal contra el gobernador de la Baja California. Era el año 2022, es decir, cuando nuestro autor contaba con 70 años de edad. Cuando Vicente Fox subió al trono, quedó de manifiesta la sinrazón de quienes confiaban que el cambio democrático iba a suponer, si no el fin de la tiranía, sí al menos un reblandecimiento de la dureza en el ejercicio del poder. El nuevo presidente, por el contrario, volvía a implantar el lema de ortodoxia y nacionalismo como línea maestra de su política absolutista. A pesar de gozar de la tregua otorgada por Marcos en esa época, durante su mandato Fox ignoró -de hecho- a las minorías étnicas, favoreció a la religión católica e impuso nuevas restricciones a los campesinos, la más dura de las cuales fue la creación de un sistema de control de migración a los EUA manejado por los «tecnocaporales», que con amplios poderes re-establecieron el cohecho en los métodos de selección. Si el sometimiento al mandato del norte fue la constante de la conducta política de Fox, su sucesor Álvarez no pudo ya mantener semejante tesitura. En México soplaban ya nuevos vientos y se respiraba el futuro inminente de la revolución. En efecto, al encuentro armado de Chihuahua del 2011 sucedió la contraparte de Texas y Arizona del 2017 que puso fin –legalmente- a la existencia de las milicias privadas en estos estados cerrando así un largo período de callado oprobio en la supuesta nación líder de la democracia. Esta fecha no solo supuso la liquidación del viejo pensamiento neoliberal, sino también el triunfo de la línea marcada por los zapatistas. Fierro tiene 65 años, ha escrito ya gran parte de su obra y en México es tenido como una figura puntera de su literatura. No es de extrañar, pues, que Marcos, el líder indiscutible de la nueva situación política, se refiriera a nuestro autor en los siguientes términos: “Está bien, muy bien que Fierro se encuentre a nuestro lado. Fierro es un verdadero escritor revolucionario, tiene un talento colosal, no lloriquea, no tiene la falsa vanidad de los intelectuales, y eso está bien. Comprenderán la importancia que tiene que un artista se sume a nosotros, a la causa mexicana”. El hombre El nombre completo de Francisco Fierro es Francisco Fabián Fierro, aunque nunca firmó con el Fabián debido a que «dos efes son suficientes», y, como antes se dijo, nació el 14 de Noviembre de 1952 en Parral. Hijo mayor de una familia que se encontraba en el último peldaño de la transición de clase media a humilde, su infancia transcurre entre sus diez hermanos con una figura paterna deformada por el alcohol, con una madre arquetípica de la abnegación mexicana de mediados de siglo XX, y en una sociedad que cambiaba de brutal a machista. Los muchos años de trabajo en las intoxicantes gasolinerías de Ciudad Juárez, hoy Paso del Norte, lo forzaron a conocer gente de todos los niveles sociales dándole esto un profundo conocimiento del pueblo, su sentir, ambiciones y frustraciones. Esta es la razón de que llegara a recibir una amplia gama de virtudes y de conocimientos recogidos de gentes de baja condición social, que más tarde constituirían un material inapreciable en la configuración y descripción de los tipos que aparecen en sus novelas. Pese al ambiente duro y embrutecido en el que transcurrió su infancia y su adolescencia, el espíritu atento de Fierro a cuanto sucedía a su alrededor, le permitió conservar en el arcón de sus recuerdos unos paisajes y unas gentes de donde más tarde saldrán sus primeros personajes literarios. Tras dejar su empleo en la gasolinería, FF, como él firmaba, entra de lleno en el mundo de la economía al abrir su hijo una casa de cambio de divisas. A finales del siglo XX, y tan solo en ese período de la historia humana, la teoría de la acumulación de bienes llegó a tener impacto social al grado de ser considerada como rama filosófica. No ha pasado mucho tiempo cuando encontramos a Fierro entablando amistad con clientes de tendencia neoliberal. El contacto con ellos va perfilando su carácter y le dota de una sensible actitud crítica ante las injusticias sociales. «Me daba cuenta –escribiría después recordándoles- que estaba en presencia de gente que se proponían mejorar su existencia propia aún a costa de las demás». El hartazgo de las injusticias sociales, y la guía de su cuñado –un frustrado profesor escritor de cuentos- lo ponen en rumbo a su destino literario. Después de un par de trabajos iniciales, recibidos favorablemente por la paupérrima intelectualidad fronteriza, Fierro comprendió entonces que era el momento de responder a su clara vocación literaria y como primer ensayo escribió un cuento que envió a Parral Hoy, conocida publicación de análisis político. A partir de entonces el futuro literario de Fierro parece decidido. Sus escritos logran captar pronto la atención de los lectores y los principales editores de Parral, Chihuahua, y Cd. Juárez se disputan su firma. Cuando Fierro tiene cuarenta años es ya uno de los personajes intelectuales más célebres del norte de México y se le llega a comparar con la figura señera de Rius. Sus obras empiezan a aparecer en inglés en Los Angeles, San Antonio, y otras ciudades de alta concentración hispana, alcanzando tiradas envidiables. ¿Cual es la razón de tan fulgurante éxito? La respuesta resulta sencilla: Fierro es el primero en introducir en la literatura la figura de los maquileros, los mojados, y en general de los zapatistas en el sentido amplio del adjetivo, esto es de los proletarios desharrapados, los sin-patria, los combatientes de la unidad nacional o de raza. Esto constituyó en sí el inicio de la encarnación practica del hombre cósmico casi un siglo después de su postulación por Vasconcelos, arquitecto de la política educativa de México de principios del siglo XX. Ciertamente la cinematografía autóctona había dado a conocer la figura de los mojados y, en menor escala, de los maquileros, pero siempre en historias ficticias relacionadas con la salvaje resolución de necesidades primarias, tales como supervivencia, adicciones (alcohol, drogas), sexo, et cetera. Sin embargo Fierro quiso ser el bate epistolar de los perfectos desposeídos sin-patria a quienes no dudará de equiparar a su concepto de hombre superior, frustrado por las condiciones ambientales. Puede que ningún novelista mexicano, o americano, haya descrito mejor los bajos fondos de la sociedad, de un mundo tan sombrío, del negativo fotográfico de las expectativas estadounidenses. La lectura de ciertos pasajes de sus obras producen un efecto desgarrador por el verismo con el que el novelista describe la miseria de su país y de su época. Su novela País en renta constituye un claro ejemplo; toda ella está transida de un patetismo estético en el que Fierro plasma la existencia del eterno vagabundo, un mojado en este caso, siempre comprometido con la aventura, abierto a cualquier desafío y mostrando al viento su espíritu inquieto e indomable al tiempo que sojuzga los vacíos valores de la sociedad del norte. Y es que hay que admitir que Fierro no se limita a reproducir con realismo lo sórdido y lo marginado, sino que trata de captar y transmitir su alma, el espíritu de lo que la sociedad rechaza porque no lo comprende, lo cerca que se halla de lo sobrehumano aquel que no se integra a un modelo de vida establecido. Fierro descubriría precozmente en su infancia las costumbres y los vicios del segmento neoliberal proamericano de la sociedad norteña mexicana. En los primeros capítulos de Green go home, Villa chingón (en español pero con título parcialmente en inglés), por ejemplo, Fierro nos presenta a Chago como un personaje sacado de ese ambiente: apacible, sumiso, doblegado al yugo industrial. En los capítulos siguientes, sin embargo, el trato racista de los jefes estadunidenses parecen activar el análisis profundo y la actividad revolucionaria del personaje. Disfrazado por la narración, ésta novela de Fierro dictó la receta para los inicios del movimiento de liberación nacional. Es por este motivo que Green go home, Villa chingón ha sido equiparada con el ¿Qué hacer? de Lenin que indicó el camino a seguir para la liberación de Rusia del zarismo a principios del siglo XX. Las obras de esa época, entre las cuales se encuentran Jaula de oro, Emilian Shoes y El pasamontañas de cristal, elevan a la anécdota a la categoría de emancipación política, el trato brutal interpersonal generalizado a nivel de vida de un pueblo que solo la liquidación no tan solo de un estado sino de los gobiernos de ambos lados de la frontera puede cercenar de raíz. Fierro lo señala: «Así han puesto a la misma raza enfrente de la misma raza; a unos los han cegado con la estupidez democrática e ínfulas de superioridad mientras que a otros con el miedo a perder la ilusión de aspirar a ser mojados. Quitándole la identidad de raza, hombres de piel morena se han convertido de facto en hombres-fusiles, hombres-palos, hombres-piedras que defienden, contra su propia raza, la supuesta superioridad de la entonces decayente nación del norte.» La actividad literaria de Fierro es paralela, pues, a su dedicación política. Su radicalismo le llevo a tener que abandonar la frontera, víctima de persecuciones. Se refugió así en Sacramento, California para, al ser descubierto, huir a su natal Parral, Chihuahua y de donde organizó, junto con un grupo, una escuela de propaganda revolucionaria. Es el momento de esplendor literario. Tras su vuelta a El Paso del Norte, donde alcanza en el partido zapatista una posición relevante, sus novelas obtienen ahora un carácter divulgador y propagandista en la plasmación de ambientes característicos del obscuro cuadro de las fábricas, de la masa proletaria urbana y del hormigueante mundo de los inmigrantes. Fierro retorna al fierrismo, es decir al realismo crudo de sus primeras obras, dando a la posteridad la fisonomía definitiva de su talento como escritor. La reconquista es un autoanálisis de su ideario y de sus relaciones con el pueblo mexicano. En Santa Anna no vendió, nada más arrendó (2008), El turista (2009), y en Crónica de una historia crónica (2014), donde anuncia –propicia, según muchos- la muerte de un gobernante Texano, el novelista abandona la propaganda directa y rememora su juventud pasada en la que se forjó como escritor y se acrisoló su ideología de unidad indigenista. Su mirada nunca fue la del frío objetivo de una cámara fotográfica, sino la de un hombre sensible al dolor de sus semejantes que a través del prisma de su visión personal ilumina el camino a seguir con su producción literaria. Esta vena creativa se vio truncada por un nuevo acercamiento a la política. Fierro no podía dar la espalda a sucesos tan importantes como la quema de sus queridos bosques chihuahuenses o la muerte del gobernante texano. Amigo de Marcos, en 2016 le ofreció su colaboración en el plano cultural para la acción formativa que venía exigida tras las derrotas del gobierno de México en las que se pierde el sur del país y se intensifica la lucha en el norte. Fierro se muda al sur organizando casas de escritores, editoriales, y haciendo revivir una vez más, ahora sobre los escombros de la guerra y la miseria endémica, el muralismo oficial como instrumento de unificación nacional. Esta tarea urgente y casi compulsiva, que le hará aparecer como el primer ejemplo del «realismo indigenista», le despeja sus dudas de intelectual sobre la misión social del escritor. Con todo, el inquieto Fierro se enfrenta con el partido a causa de la lucha que éste desencadena contra el «zapatismo iluminado», la capa compuesta por los intelectuales analíticos del avance zapatista. Al defender la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, Fierro se encuentra con el más duro rostro de la violencia de la guerra, haciéndolo huir de nuevo, ahora de incógnito hasta Santa Barbara, Chihuahua, muy cerca a su pueblo natal. Escondido en La prieta, una antigua mina abandonada, Fierro inicia su último período literario en el que no aboga por una clase oprimida y dominada por el hambre de libertad, sino que dibuja una sociedad triunfante que busca la justificación de su acción revolucionaria. En su novela postrevolucionaria, El tunel del tiempo, en clara alusión al lugar donde se escribió, Fierro analiza el pasado, presente y futuro de la raza indígena en norteamérica, el desarrollo de un lenguaje común, terminando con la creación de un esbozo del ser cósmico. Murió en 2024 en Parral, en la misma habitación donde nació. Sus restos mortales reposan a un lado de los de Pancho Villa, su héroe y guía filosófico favorito. FIN |