México Tepórame Jorge Alberto López Gallardo Paso del Norte, Julio, 2001 Es difícil saber la verdadera forma de un poliedro si se le observa siempre desde el mismo ángulo. La fachada La puerta Era un verdadero grito. Casi un regaño. La anfitriona, una octogenaria de doble hoja con un ojo al descubierto y el otro tapado con un aullido, no invitaba a pasar. Aunque era difícil pensar que alguien se atreviera a entrar, muchos despistados sí lo hacían. Y eso era el porqué del grito-regaño-aullido. A nadie le gusta que lo reprendan antes de que se porte mal. Pero en este caso era necesario. Muchos dirían que ese alarido mostraba fríamente todo lo que el propietario era, un ser supuestamente plano, unidimensional. Pero algunos afortunados sabíamos que no era así. Quisiera tener argumentos para justificarlo. Me gustaría poder decir que no había mala voluntad - que sé bien que no la había. Ojalá pudiera demostrar que aquel grito-regaño-aullido-alarido era la etapa final de una suave evolución que había ido de insinuante sugerencia, a respetuoso comentario, a enérgico enunciado, hasta llegar a lo que era. Desearía que hubiera sido así para demostrar que aquella aparente reprensión no era sino una súplica. Un cordero con piel de lobo. Algo lógico y estructurado, más de acuerdo con el Fortino que pocos conocimos. Pero no tengo información suficiente. Mis visitas al lugar, a pesar de extenderse por más de treinta y pico de años, habían sido tan esporádicas, que no puedo asegurar que todo empezó como gemido y creció hasta ser un alarido. Por lo que a mí me consta, ese exabrupto plasmado en cartulina podría haber estado ahí siempre, congelado en el tiempo. Tal vez existiendo desde antes de Tepórame. Pero independiente de su historia y del sicoanálisis que algún simplista pudiera hacer de quien lo produce, el grito-regaño-aullido-alarido-reprensión-exabrupto estaba ahí. Siempre recibiendo, más bien ahuyentando, a los que se acercaban. Justo al nivel de los ojos, para que fuera imposible no verlo. Para hacer imposible el no sentir toda su fuerza. Su única justificación para existir es que, al fin y al cabo, lo que decía aquel anuncio-grito-regaño-aullido-alarido-reprensión-exabrupto era verdad: en la Librería México Tepórame de Fortino Zamblé no se vendían libros de texto escolar. Las ventanas A diferencia de la puerta, que con su hosco anuncio de “NO HAY TEXTOS ESCOLARES” espantaba la clientela, las dos ventanas exteriores contaban otra historia. Afortunadamente tuve la prudencia de tomar fotografías, una al día, de ambas ventanas de la librería. Esto lo empecé a hacer desde antes de nacer. Es más, empecé cuando la librería era tan solo la México, sin el Tepórame, y aún no pertenecía a Fortino. Hoy me congratulo secretamente de haberlo hecho, pues cuando pongo todas estas imágenes secuencialmente, puedo formar una animación de la vida de los escaparates. Las fotos las tomé desde enfrente de la calle, desde el techo de La Unión, a un costado del Mercado Juárez, cuando esta aún pertenecía a los chinos. Las primeras datan de allá por el 55. Excepto por arreglos un tanto cosméticos, la secuencia de imágenes no deja ver grandes variaciones de semana a semana. Más bien se ve una evolución gradual, casi orgánica. [Rodando...] ¡Mira en el lado izquierdo! Sí, arriba. “La vida de Pedro Infante”, acababa de morir en aquel entonces ¿no? Ahora está “Mi Lucha” del Fuhrer. Parece que estos escaparates siempre han encontrado la forma de tener algo popular. ¿“Daga en el Corazón”? Nunca creí que Fortino vendiera propaganda anti-Castrista. ¡Ah! Claro, la “Perestroika” de Gorbachev. ¡No lo puedo creer! Termina con el libro de Salinas de Gortari. [... fin de rodaje.] Del otro lado, se ve como Fortino turnó a los clásicos del mundo con los nacionales. Homero, Cervantes, Tolstoí, se alternan en tiempo y lugar, como en un juego de la silla jugado en el escaso espacio del aparador, con sor Juana, López Velarde, Azuela y Rulfo. También en la derecha, pero arriba, se ven los manuales de carpintería que, en plena metamorfosis, se transforman en los de electricidad, y estos luego dan lugar a los de electrónica, y más tarde a los de computación. En la ventana de la derecha, abajo, muy cerca del vidrio, si observa uno detenidamente, las estampas presidenciales van cambiando lentamente de la A a la Z: Ávila Camacho, Alemán, . . . y así hasta Zedillo. No sé por que Fortino no puso la de Fox, aunque me lo imagino. Pero las únicas perennes, durante los cuarenta y seis años, son las de Hidalgo, Morelos, Juárez y - claro - la del Tata Cárdenas. Los grandes ausentes, creo que muy a pesar del señor Zamblé, fueron los libros de Marx, Engels, Lenin y Mao, quienes nunca hicieron su debut en la pasarela exterior. También notables por su ausencia fueron los libros religiosos y revistas populares. Pareciera que Fortino no exhibía libros de pocas hojas o pocas ideas. Curiosamente, de la serie de imágenes no es posible determinar la época del año. Excepto al principio y terminando por ahí por el 71, los escaparates nunca se vistieron de fiesta, ni para pascua, día de las madres, 16 de septiembre, ni Navidad, nunca. No es difícil entender el porqué de todo esto, pero para eso hay que pasar al interior de la librería. El vestíbulo Las tinieblas (que añejas lámparas fluorescentes no lograban despejar), el frágil mobiliario (que de tan pasado de moda empezaba a parecer clásico), la escasa pulcritud (con un poco de polvo, casi humus), y el olor (a tabaco oscuro), eran los rasgos predominantes de la personalidad de este expendio del saber (léase covacha). Inmutable ante el tiempo, el interior de la librería se aferraba a los años cincuenta, aún ya entrado el nuevo milenio. Entrar ahí era un poco como adentrarse en una película de Buñuel, en blanco y negro, con las sombras de Gabriel Figueroa y protagonizada por una versión propia de Arturo de Córdova. Pero había más que sombras, decor y aroma. Una vez atosigado por el anuncio-grito-regaño-aullido-alarido-reprensión-exabrupto de la puerta, una segunda llamada de atención se desprendía de los mostradores para terminar de ponerlo a uno en su lugar. De tal manera que fuera imposible no enterarse, una sobria voz de aviso se repetía con ecos constantes que reverberaban por las cuatro esquinas del interior del inmueble. De no ser porque estaban escritas, esas resonancias serían semejantes a los continuos avisos hablados de los aeropuertos. Anuncios persistentes y omnipresentes, que al principio molestan, pero luego logra uno ignorar. Pero había una diferencia con el letrero de los libros de texto, los mensajes de las vitrinas no mostraban justificación de facto para existir y, por ende, daban pie al estudio sicocrítico del autor. ¿Qué pasa si no lo obedezco...? ¿Porqué no un tiene un “POR FAVOR...”? ¿Habrá sucedido algo antes? ¿Estará molesto este señor? Pero independiente del lector, lo que exigían los múltiples reflejos persistentes de los aparadores era claro: en la Librería México Tepórame de Fortino Zamblé no se debía uno recargar en las vitrinas. El (in)dependiente Pero eso no era todo. Las barreras de “NO HAY LIBROS DE TEXTO” y “NO SE RECARGUE EN LAS VITRINAS” no eran los únicos obstáculos que había que vencer para acercarse al mundo del conocimiento impreso. Después del impacto de la puerta y el golpeteo de las vitrinas, había que resistir un duelo de pupila con el maestro campeón de vencidas oculares. Experto en el arte de hacer gárgolas con las cejas y caligrafía con el ceño, el dependiente, amo y señor del lugar, tenía todas las ventajas del mundo. Para empezar, acostumbrado a la penumbra, sus iris ampliamente retractados le daban mejor visión que la de los inocentes traspasantes. Cómodo y estratégicamente sentado al fondo del lugar, el dueño tenía pleno dominio del campo de batalla, no como los incautos advenedizos quienes recién se empezaban a ubicar. Y para terminar, Fortino nunca perdía la ventaja que proporciona la sorpresa y atacaba primero, por aquello de poder golpear dos veces. La gran mayoría de los que entraban al lugar, un setenta por ciento diría yo, salían en menos de cinco segundos; los indómitos en diez. Con grave tenor de tenor, Fortino solía iniciar el match con un “¿Qué deseaba?” Pero podría jurar que en muchos casos, violando el principio de causalidad, el enérgico “¡No tenemos!” Partía de sus labios antes que sus oídos terminaran de escuchar el tímido “Ando buscando...”. Pareciera que los cuarenta y tantos años tras el mostrador lo capacitaban, le daban derecho, y lo obligaban a adivinar lo que necesitaba la clientela tan solo basándose en la apariencia. Uno tras otro, los fallidos clientes, transformados en sparrings, caían bajo el fuerte KO del campeón local. Algunos hasta contorsionaban el cuerpo para empezar a salir antes de haber logrado entrar totalmente al lugar. Así de impresionante era el predominio del señor Zamblé en su ring. Pero aquellos pocos que entraban con una motivación real, los verdaderos buscadores de la verdad, aquellos que no preguntaban por libros de texto ni revistas, esos escasos afortunados que lograban traspasar las barreras de los letreros, tinieblas, decor, aroma y sobrevivían a la contienda de miradas, ascendían al nivel de los iniciados logrando entrar a una terra incognita donde cualquier cosa podía suceder. Morfo-, topo- y descripto-metría Aviso Clasificado. Se traspasa negocio de librería en el centro de Ciudad Juárez con más de cuarenta años de experiencia. Ubicado en el “Edificio Victoria” en la avenida 16 de Septiembre, la principal de la ciudad, entre la Óptica Devlin y la Dulcería Guadalajara, y enfrente del concurrido Mercado Juárez. El negocio ocupa un local de seis metros de ancho por diez de profundidad, con techo de cielo alto y entrepiso que funciona como almacén. Profusamente amueblado, contiene vitrinas que flanquean el recibidor a la izquierda y derecha, un contador y un escritorio al fondo, y con las paredes totalmente cubiertas por repisas. El traspaso incluye todo el contenido de la librería: libros, utensilios de trabajo escolar, colección de discos fonográficos, lámparas, refrigerador, calentón de gas, calculadora eléctrica, caja registradora National y reloj de pared. Para mayor información comunicarse con Filiberto Zamblé al teléfono 612-58-24 en horas hábiles. México Tepórame n. m. (voces mexicanas). Expendio de libros dividido internamente en dos hemisferios y un cerebelo con numerosas circunvoluciones. El hemisferio izquierdo, supuesto control del actuar, almacena en sus lóbulos material práctico como plumillas, instrumentos de diseño, plantillas, lápices de dibujo, cartapacios, manuales, grabaciones fonográficas, etcétera. El hemisferio derecho, supuesto control del pensar, organiza en sus lóbulos material impreso histórico, filosófico, científico y esotérico. La central de operaciones es el cerebelo compuesto de un mostrador, calculadora, teléfono, caja registradora, escritorio y operador lector fumador. El lado izquierdo Los discos Mi pasión por la música clásica empezó por ahí a finales de los setenta. De Tchaikovski pasé a Beethoven sin mucho esfuerzo, pero el camino de Listz a Bártok, Ravel y Prokófiev fue más tortuoso y requirió de amigos que me tomaran de la mano. La colección de discos de la México Tepórame siempre me llamó la atención, pero nunca me atreví a hablar con Fortino del tema. Curiosamente, mis primeras grabaciones “piratas” fueron hechas de discos de su consuegro, el profesor Alvarado, muchos años antes de que, a disgusto de ambos, emparentaran. Pero de aquellos discos fonográficos de la México Tepórame nunca logré escuchar nada. El poder, ya no oír, sino tan solo tocar y ver aquellos duros discos de 78 y 45 r.p.m. de la librería, se quedo en mí como un deseo insatisfecho. Aunque me podía contar entre los escasos afortunados que sabía como traspasar las barreras de los letreros, tinieblas, decor y aroma, nunca pude sobrevivir la contienda de miradas antes de llegar a los treinta. Y mi timidez diecinueveañina, debida - creo yo - a los conflictos estudiantiles en los que nos habíamos visto envueltos su hijo y yo, me impidió escuchar a Gardel, Carpentier, Casáls, del Carril, y a todos esos con los que mi imaginación se deleitaba al pensar en aquella inmaculada colección. Fortino, pensaba yo, ávido lector, ex-meteorólogo, eterno escritor en potencia, socialista, latino-americanista, historiador, yerno del maestro Diéguez creador de la sinfónica de la ciudad, máximo producto de la paupérrima intelectualidad local de aquellos años, tenía que tener un gusto excelso, y su colección musical tendría que ser digna de cualquier museografía. ¡Qué lejos estaba yo de saber que Fortino nunca tuvo nada que ver con aquellos discos! La supuestamente suntuosa colección, ahora sé, formaba parte del traspaso de la Librería México, que al unirse con el material de la Tepórame, que Zamblé tenía en la calle Abraham González, formó la México Tepórame. Inicialmente la cantidad de discos era mucho mayor, ocupando casi toda la pared izquierda. Y aunque hoy es material digno de coleccionistas, en aquellos años esos discos eran producciones recientes sin mayor valor. Aunque lo ignoro, es posible que ni Carlos, Alejo, Pablo, ni Hugo hayan figurado nunca en esa discoteca. Los libros estatales Siempre me pregunté el porqué del “Tepórame”. Durante años supe que era una palabra de los tarahumaras, los nativos de la sierra de Chihuahua, y ahora recién me entero que es el nombre de uno de ellos, pero eso es lo único que sé. Espero llegar a saber su significado pleno antes de terminar este escrito; de otra manera es posible que usted, estimado lector, nunca logre enterarse, y que yo, el estimado escritor, me quede con esta duda por el resto del tiempo, algo así como el asunto de los discos. Aparte del nombre, había otros elementos de afinidad regional en la México Tepórame. Aunque Fortino había llegado del mar de Cortés, al igual que todos los que inmigramos al estado, a los años había logrado esculpir un huequito en el alma para almacenar ahí las cosas de Chihuahua, y en especial las de los tarahumaras. Ubicada en el centro de la ciudad, la librería era visitada a menudo por nativos de la sierra. “¡Córima! Solían exclamar los pequeños al momento en que asomaban las cabecillas mezclando la petición de limosna con un saludo al amigo. Eran tan frecuentes las visitas, que se cree que hay por ahí un pequeño tarahumara que podría reclamar el apellido Zamblé. ¿Tepórame Zamblé? No suena mal. La colección de los “LIBROS ESTATALES” se encuentra a la derecha de los discos restantes. Los utensilios escolares Mire pajarraco, aquí en este croquis tengo a la bahía de San Carlos. Los bucaneros, después de asaltar al barco con el dinero del aserradero, acá en la desembocadura del río Fuerte, se escapan a la bahía. Fortino, con regla en mano, tiró unas líneas en el mapa uniendo a Topolobampo y San Carlos agregó: Pero para que esto suceda tiene que estar alta la marea. No sé por qué, pero yo recuerdo que siempre el día de San Jacinto caía una tormenta en la costa. Si eso sucediera en mi historia, sí podrían salir los filibusteros. ¿Usted cree qué esa lluvia tan regular sea por lo que ahora se conoce como El Niño? A ver explíqueme eso de El Niño, es más, Pajarito, sáqueme algo de información en el famoso internet. Pajarito, no me ha de creer pero si me contestaron. ¿Quiénes, señor Zamblé, y porqué no le iban contestar? Pues los del gobierno del estado. Ya se ha de haber enterado que desde hace tres años, desde el 95, para ser más precisos, no cae ni gota de agua en la sierra. Pues les escribí a los del gobierno para sugerirles que hicieran lo que hacíamos años antes allá en Sinaloa: que rociaran las nubes con químicos para producir lluvia. ¿Y pues no me ha de creer que sí me contestaron? ¿Y qué le dicen? De pasada regáleme un cigarrito ¿no? Aquí tiene. Me agradecen la carta muy atentos y todo, y pues dicen que están considerando todas las opciones para resolver el problema. Pues que bueno señor Zamblé. Oiga, ya no fume tanto, no va a llegar a viejo... ¿Qué pasó con sus Delicados? Nunca lo había visto fumar con filtro. Pues mire, pajarito. Resulta que me salió un dolorcito aquí en el pecho, y muy a pesar mío, fui con el doctor. Usted sabe, a mí no me gusta ir con el doctor. Me ordenaron radiografías, muestras de sangre, orina, etcétera. A la siguiente visita, el doctor, muy preocupado, me dijo que tenía un tumor en el pecho. Una pelotita. La vi en la radiografía. Que me preparara pues de seguro iba a haber operación. ¡Ah caray! Don Fortino, me deja usted sin saber que decir. Espérese que ahí no termina la historia. Eso fue hace como un año aproximadamente, en el 96. Preocupado, sin saber que hacer, empece a darle vueltas y vueltas al asunto, hasta que alguien me recomendó el “agua de Brich” ¿A poco cree usted en esas cosas, Don Fortino? Pues mire, a estas alturas no se trata de creer o no creer. Así que me conseguí mis galones de esa agua pestilente, ¡sabe horrible! Realmente se necesita estar muy asustado para poder tomar esa cosa. Y pues me la tomé. ¿Y qué pasó? Pues la tomé, como le digo, y a los seis meses cuando volví con el doctor, las radiografías salieron limpiecitas. Nada de tumor, ninguna mancha, nada. Sorprendido el doctor me decía “¡No sé qué pasó!” Pajarito, usted sabe que yo no creo en milagros. No sé como explicarlo, lo único que sé es que me curó. Bueno, pues se oye mucho de esa agua, pero a mi suegra no le ayudó. Para mí que las primeras radiografías no eran suyas. Pues quien sabe, pero es por eso que ahora ya fumo con filtro. Déjeme le enseño el mapa. Ya los caminos están borrados. Pero si sigue uno lo que se pudiera considerar como el camino natural, aquel por donde se pudiera caminar con bueyes y carretas, diría yo que por aquí fue la trayectoria que siguió Don Juan de Oñate para llegar aquí al Paso del Norte. Pues ya faltan unos cinco años para la celebración de los cuatro siglos, creo que se va a organizar un recorrido. ¿No ha oído nada? Sí. Yo ya anduve por ahí. Si sigue uno los escritos de la época, llega uno hasta este punto. Pero de aquí no es claro para donde seguir. Se menciona un río que no he podido encontrar en los mapas actuales. Siempre existe el riesgo que alguna de las cedillas antiguas haya sido cambiada por una “c” y no por una “z” como debe de ser. Yo anduve preguntando pero hasta aquí llegué. Pero usted sí sabe con seguridad donde llegaron los españoles al río Bravo ¿no? Pues nadie lo sabe. Pero según mis cálculos tuvo que haber sido más para allá de San Isidro. Si va uno a Samalayuca, al Ojo de la casa, que fue a donde llevó el indio aquel a los soldados de avanzada, y de ahí se viene uno hacia el río, hay tres posibilidades. Por las dunas, por el paso de la montaña, que está muy alto para las carretas, y por la terminación de la sierra del valle, que lo saca a uno hasta por allá por Guadalupe. Yo presenté un trabajo sobre este estudio. Que luego me robó Sonninchen, el escritor de El Paso. ¿Pero cómo . . .? Sí. Lo presenté en una reunión aquí en Juárez. Terminaba con la llegada de Oñate al río. “Hasta aquí termina mi patria, yo más para allá no investigo”, les dije. Años después Sonninchen tomó mis estudios y los presentó como propios, sin darme crédito alguno. ¿Pero por qué hizo eso? Pues no sé, pero tengo que publicar esas investigaciones para impedir que me vuelva a pasar. Yo fui a reclamarle a Luna. En su propia oficina le dije, “¿Cómo se atreve usted a decir que mi hijo, un mozalbete de dieciséis años, sea el líder del movimiento estudiantil? Hasta ridículo se oye.” ¡Imagínese, Tito dirigiendo a estudiantes de veintitantos! ¿Y qué le contestó el director? Pues que lo habían visto destruyendo la escuela. Que había participado en no sé que tantos actos de vandalismo. Y que hasta que no se recuperara el equipo sustraído durante la huelga no se iba a aceptar a ninguno de los veintitrés expulsados. El problema con Beto fue que lo vieron haciendo unas pintas del Che en las paredes afuera de la cafetería. Fuera de eso casi no participó. Anduvo metido un poco al principio y luego no se apareció sino hasta el final, ahí por diciembre del 73. Por eso traté de organizar a los padres de familia, fue cuando fui con tus tías. Pero no se logró mucho. Le dije a mi papá que me comprara un “Monopolio” como el tuyo, y me dijo que él me iba a hacer uno ¿qué si lo puedes llevar a la casa para ver como es? ¡Papá! Ya llegó el pájaro. A ver, jueguen un rato para ver como se juega. Ajá, un tablerito de cartoncillo grueso. De 60 por 60. ¿Park Place? Estos gringos, yo creo que le podríamos cambiar los nombres ¿no? Y en lugar del burguesito de metal podríamos usar fichas. Va a quedar bien. Te lo voy a tener listo para ahora que cumplas siete años. Meteorólogo en Sonora. Plantillas de dibujo. Hermano de un profesor del Tecnológico. Hojas cuadriculadas. Esposo, hasta su muerte en 1971, de maestra renombrada con calle y todo. Lápices 3h. Padre de estudiantes de ingeniería y ciencias, excepto el menor quien murió accidentalmente muy joven. Compases, tiralíneas y demás enseres técnicos, a la derecha de los discos, en el hemisferio izquierdo del cerebro.
Libros de política, religión y filosofía Me alejé de esa gente. No saben respetar. Un día llegué a la casa y Tito tenía una estampita de la virgen pegada en la cuna. La quité, ya sabían que no quería esas cosas en mi casa. Se volvió a repetir. Entonces les prohibí que volvieran a mi casa. Así de sencillo. Si no saben respetar, en mi casa no tienen cabida. De ahí para adelante fue una guerra a escondidas. Que si la primera comunión, catecismo. Dejé de hablarles. No saben respetar. Me alejé de esa gente. Realmente no sabía uno como despedirse. Siempre serio. Le decía uno “adiós”, y le respondía “A mí no me hable de dios”. Le decía uno “Bye” y decía “a mí hábleme en español que estamos en México”. Pues terminaba uno con un “hasta luego”. No recuerdo yo de chica haber entrado nunca a esa casa. Muy nacionalista y todo, pero en cuanto enviudó se casó con una gringa. ¿Dónde le quedó lo comunista? No sé bien como estuvo, pero cuando lo de Castro, cuando la invasión de Bahía de Cochinos, fue y se enlistó en la embajada para ir de voluntario a defender la revolución socialista. No lo llamaron porque aquello no duró, pero él cumplió. Tuve muchos amigos gringos. Cuando viví en Agua Prieta, ahí todos eran nacidos del otro lado. Estuve trabajando en Tucsón Arizona un tiempo. En Agua Prieta anduve medio de novio de la sobrina del presidente Ruiz Cortínez. Recuerdo que me invitaron a un baile. Me daba pena pues no tenía ropa apropiada. Pero trabajé y me pagaron a tiempo. Compré un saco, corbata y camisa nueva, y me fui al baile. Ya dentro me senté con el grupo de mi pretendida. ¿Quieres bailar? me preguntó. No, contesté. ¿Quieres tomar? Con esta agua mineral tengo, respondí. ¿No fumas? No, en aquel entonces no fumaba yo. ¡No bailas, no tomas, no fumas ¿entonces a qué vienes? me dijo. Tienes razón, le dije; me levanté y me fui. Leía mucho, leía siempre. Leía todo, leía gratis. Siempre leía sin abrir mucho el libro. Así no le quebraba el lomo y lo podía vender luego. A mí me regañaba si no leía igual que él, sin abrirlos mucho. Sabía de todo, de política, de religión y de filosofía. Tenía esos libros arriba a la derecha. Esoterismo y Chepina Peralta En la México Teporáme de Fortino Zamblé se vendía de todo. ¿Y qué pasa si uno está equivocado? ¿Qué pasa si en realidad existe un dios? Ahora imagínese si ese dios le quiere dar a uno un premio por buen comportamiento, digamos, un montón de dinero. ¿Cómo le iba a hacer dios para recompensar nuestra buena conducta? Ni modo que nada más haga que se nos aparezca el dinero en una bolsa tirada en la calle. Para empezar, si es mucho, millones digamos, eso afectaría la cantidad de circulante existente. Hasta podría desbalancear la flotación del peso. Por otro lado, de acuerdo a la ley, si uno se encuentra dinero, hay que reportarlo a la policía y esperar un año para ver si nadie lo reclama. Y luego, siempre se quedaría uno con el temor de que fuera de los narcotraficantes. Mucho lío, dios no haría algo así. Por eso yo compro billetes de la lotería. Así le da uno el pretexto perfecto a dios para que lo premie a uno como se merece, y sin afectar la liquidez del país, sin esperas inútiles, ni miedos de hoquis.
El cúmulo de libros esotéricos, cocina, costura, etcétera, se ha incrementado en proporción directa al tiempo, yendo de media repisa en la pared del lado derecho, a cuatro repisas ahora en la pared del fondo del local. ¿Señal de los tiempos que vivimos? Los héroes Ver sección “Los héroes” en el capítulo “El centro”.
El trono Distaba mucho de ser aquello a lo que aspiraba ser: un rincón académico de un club inglés, con libros forrados de piel en libreros de maderas aromáticas, con curiosidades traídas de las cuatro esquinas del planeta y escudos de armas de antiguos reinos. Tenía libros sí, pero sin piel, y libreros, pero sin aroma, y algunas curiosidades, pero del valle de Juárez. Pero lo que sí tenía, era un escudo de armas, bueno dos: la foto de Guille, Q.E.P.D.§ y otra de Quenca, también Q.E.P.D. De tamaño natural, la foto de Doña Guillermina Diéguez de Zamblé colgaba alta en la pared del entretecho en el centro del centro. Póstumo homenaje a quien le había regalado la viudez a Fortino a los cuarenta y tantos años, justo cuando aún se podía hacer algo con ella. A su lado, sonriente, colgaba también la foto de su hijo quien, al morir a los veintitantos, le había robado la escasa juventud que le quedaba a Fortino a los cincuenta y tantos años, justo cuando aún la podía haber utilizado. [El usar la viudez puede causar algunos trastornos. Para los hijos jóvenes es imposible pensar que a los cuarenta aún persistan los problemas hormonales. Pero si uno se resiste al uso de neurocalmantes, tiene uno, por fuerza, que volver a la antigua práctica de tener relaciones sexuales. Y esto puede molestar a los jóvenes que nos rodean.] ¿Dónde dejé mi agenda? A ver. No, ésta se casó. Ésta otra ya murió. ¿Se acordará de mí? ¿No habrá engordado mucho? A ver que tal me sale el inglés, “Hello, OK, I just wanted to say hello. Yes, I can visit.” No existen verdades totales. La verdad es función del tiempo y del lugar. Lo correcto de hoy será lo obsoleto mañana. Y lo que es malo en un lugar resulta en algo bueno en el otro lado del mundo. Mire, el supuesto anti-norte-Americanismo de Fortino, a la larga, fue vencido por el amor de una gringa. Hay que ser tolerantes. Ahora que si allá por el 50, en Agua Prieta, Sonora hubiera habido tantos teléfonos como en Tucsón Arizona, tal vez otro gallo nos cantaría, y de seguro nos cantaría en español. Los héroes Aunque en la librería los héroes están en el lado derecho, en el corazón de Fortino estaban en el centro. ¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! ¡Hidalgo! ¡Morelos! ¡Juárez! ¡Cuauhtémoc? ¡Cárdenas? ¡Tepórame? ¡Ah caray, Don Fortino! Eso no lo sabía. Esos no son los nombres que se gritan el 15 de septiembre, bueno Hidalgo y Morelos sí, pero los otros no. No, pero se deberían gritar. Cuauhtémoc defendió el territorio nacional contra la primera invasión - la española, Juárez contra la francesa y Cárdenas contra la última - la económica. ¿Y Tepórame? Ese luego te lo cuento. Mira, el busto me lo dio la esposa de Cárdenas. Yo era amigo del chofer de Cárdenas cuando éste era presidente. ¿Y la foto de la firma de la expropiación petrolera? Esa la mandé hacer yo. ¿Y la bandera de Cuba? . . . Pues nada más de adorno. Me la hicieron justo el día de la invasión a Bahía de Cochinos. La estaban cosiendo cuando lo oí por la radio. Por eso la guardo, además me sirve para espantar gringos.
Tal vez nunca llegue a saber quien fue Tepórame. Pero no me molesta. Como con los discos, mi ignorancia me da la oportunidad de imaginarme lo que se me antoje. Hasta podría pensar que Fortino fue Tepórame ¿porqué no? Tepórame, (Guaymas, Sonora 1923 - Cd. Juárez, Chihuahua 2001). Jefe tarahumara de formación nacionalista y con tintes socialistas. Luchó ideológicamente por la independencia mental de su pueblo, la pureza del lenguaje y la educación de las masas. Activo combatiente de ideologías clericales y proponente del método científico y del materialismo dialéctico. Historiador investigador de la fundación de El Paso del Norte. Solitario practicante. Literato y novelista. Amante, padre, esposo, padre, viudo, amante, esposo, separado, ¿amante? ¿padre? Memoria. FIN |