Cupido Moderno

Jorge Alberto López Gallardo

Paso del Norte, Junio, 2001.

 

Antonio

Ya casi para fin de cursos, Antonio, un formal estudiante de complexión oscura y mediana estatura, cruzaba la explanada frente a la preparatoria.  Poco antes de llegar al estacionamiento, una linda colegiala sorpresivamente lo interceptó saltándole de entre los árboles. 

 

Para el joven, la inesperada aparición fue una grata sorpresa.  La boca del estómago resintió el golpe provocado por el repentino destello de belleza femenina, algunas veces insoportable a esa edad.  Por otro lado, le agradó mucho el inusitado acto de confianza de aquella chica con la que, por ser novia de Ayala, nunca antes había cruzado palabra.

 

Con voz especialmente endulzada para la ocasión, le dijo,

“Antonio, ¿te asusté?”, y sin que él alcanzara a contestar añadió, “¿Traes tu troca? ¿me das un raid al camión?”

 

Halagado por el hecho de que la bella estudiante supiera su nombre, Antonio tan solo alcanzo a musitar un “Sí” a secas.  Y antes de que él pudiera agregar nada, ella reanudó la derrama verbal,

        “No te voy a desviar, se que vas para la colonia Hidalgo ¿verdad?”

 

Antonio, una vez más se admiró.  ¿Como sabía donde vivía?  El interés que la chica mostraba en él lo hizo tratar de reaccionar defensivamente,

        “¿Y Ayala?” preguntó.

        “No se, ni me importa”, contestó ella.  Y apuradamente, evitando una posible secuela a la pregunta de Antonio, agregó,  “¿Ya tienes con quien ir al baile de graduación?

 

Antonio, sorprendido ahora por lo directo de la pregunta, aprovechó el tener que abrir la puerta de la camioneta para esquivar el responder. 

“Disculpa lo sucio, no esperaba tener tan agradable compañía”, le dijo mientras su mente agilizaba el procesamiento de información.  La chica provenía de la misma secundaria donde había estudiado Antonio.  Éste ya había empezado a andar con Sara desde entonces.  Y aunque de eso ya habían pasado dos años, ella debería de saber, o al menos sospechar, que Antonio seguía con Sara.  ¿Qué pretendía con ese súbito interés en él?  Difícil de adivinar, pero estando la chica tan linda, era imposible negarse a recibir todas aquellas atenciones. 

 

Una vez dentro de sus dominios (la camioneta), Antonio se envalentonó e hizo un esfuerzo por tomar control de la embarazosa situación.

        “¿La fiesta de graduación?  Pues no había pensado.  No estoy seguro de ir.”  [Gran mentira, la noche anterior le había suplicado a Sara que lo acompañara, y ésta se había resistido por no querer encontrarse con sus ex-compañeras que, a diferencia de ella, habían seguido estudiando.] 

“¿Tú ya tienes compañero?”, preguntó mientras su consciente embragaba la primera velocidad y su subconsciente la primera excusa. “Le diré a Sara que tiene razón, que no vaya, que sus amigas se burlarían de ella en la fiesta.”, pensaba.

“Podríamos ir juntos, si quieres?” le dijo. 

“¿De veras Toño?”, contestó la joven a manera de aceptación. 

Como muda respuesta, Antonio nubló la mirada.  Ella se dio cuenta inmediata que esas tres palabras le habían hecho adquirir magnitud de deidad frente a él.  Ante el silencio de Antonio, y como experimentado mataor, la bella joven decidió rematar con la puntilla agregando,

“¿No lo dices nada más por compromiso?”.

 

Antonio guardó silencio, se sentía sofocado. No lograba reponerse de las palabras de ella ni de su mirada desbordante de esperanza y timidez. Haciendo un esfuerzo logró el control de la camioneta al tiempo que daba de sombrerazos a las miles de mariposas que le revoloteaban en el estómago.  Después de largos segundos, volvió a este mundo y humedeciendo la garganta dijo, 

“No, ¿como crees?  Será un honor para mí.” 

 

La parada de autobuses se acercaba.  Antonio, concentrando fuerzas decidió explorar los límites de su suerte,

“¿Que te parece si hacemos planes a la noche?  Paso por ti, y te invito una cerveza por ahí.”  Ella sonrió, sabiéndose ya en pleno dominio de la situación.  Y disculpándose dijo,

“Hoy no puedo, tal vez el jueves.  Pero no, lo mejor es que nos veamos el sábado en la graduación.”  Y tocándole la mano agregó, a manera de despedida,

“Gracias por el raid”. 

 

Al alejarse tan apresurada ignoró el “Sí, de nada” de Antonio y volviéndose finalmente le gritó  “¡Ah! y por favor no le digas a nadie, quiero evitar problemas ¿tú me entiendes, verdad?”

 

Antonio, estático, siguió con la mirada el vaivén de la minúscula falda escolar hasta que esta desapareció entre los transeúntes.  En silencio, Antonio empezó a conducir tratando de dilucidar si había sido un tornado o un terremoto lo que lo había arrollado en los últimos cinco minutos.

 

Jorge

Al llegar a su casa, la joven esperó a que el calor del mediodía de junio cediera al fresco de la tarde.  Cambió el uniforme escolar por unos pantaloncitos cortos - aquellos con los que todos volteaban a verla -  tomó la bici de su hermano, y salió a dar un paseo. 

 

No tardó mucho en llegar a la casa de Jorge, a quien encontró en el jardín.  Compañero de clase de Antonio, la alegría efervescente de Jorge le hacía parecer un niño comparado con la sobriedad de el otro.  Practicante del flirteo libre, también gustaba de pasear en bicicleta, y ... no tenía novia.

        “¡Hola Jorge!   ¿No me prestas tu manguera?  Hace mucho calor ...”

“¿Y tú?  ¿de donde sales?”  A pesar de conocer a sus dos hermanos, pocas veces había llegado a cruzar palabra con ella.  Le llamó la atención la familiaridad con la que la deslumbrante chica lo había abordado,

“¿Como te voy a dar agua de la manguera?  Deja te traigo un vaso.”

 

Los segundos que tardó en llevarle el vaso le sirvieron para sopesar la situación y ... para otra cosa.  Atisbando entre las cortinas, admiraba su hermosa figura mientras pensaba, “¡Cómo está buena!  ¿habrá terminado con el güey del Ayala?  Pues quien sabe, pero yo le voy a hacer la lucha.  Si se enoja Ayala, pues que se enoje.  Después de todo ¡el  que tenga tienda, que la atienda!” 

Al salir le dijo,

        “¿Y que milagro que andas en bici?  ¿es la de tu carnal, no?”

        “Sí, me le prestó para dar una vuelta.  Necesito hacer ejercicio”, y pasándose la mano por la cintura añadió “Me estoy poniendo un poco gorda, ¿no crees?”

        “Pues desde aquí de este lado de la reja no se nota nada.  A ver, deja me acerco...”

        “Estate quieto ... mejor vamos a dar una vuelta ¿no quieres?”

        Ora, te juego unas carreras de aquí al canal.”

 

Y así emprendieron la marcha en bicicleta.  Él, zigzagueando alrededor de ella, se olvidó de que el mundo existía.  Ella se arrepintió un poco de su audacia cuando él empezó a jugar con ella tomándole el manubrio, salpicándola en los charcos, y cerrándosele peligrosamente.  Pero se emocionó cuando él trepó en la bici, cortó al vuelo una flor de lila, y se la ofreció cariñosamente.  Algo en su interior le hizo sentir que ella estaba obrando mal, pero rápidamente desechó esos pensamientos y siguió disfrutando el momento.

 

Jorge sabía exactamente a donde quería ir, no era la primera chica que invitaba al canal.  Un corto camino de tierra los llevó por en medio de sembradíos de algodón hasta un pequeño canal de irrigación.  Cuando llegaron al punto exacto, bajo la sombra de un olmo, el joven se echó en el pasto y dijo,

        “Yo voy a meter los pies al agua, ¿y tú?

        “Lo siento Jorge, tengo que regresar.”

Levantándose, Jorge se acercó a ella, posó sus manos en la estrecha cintura y acercándose a sus labios le dijo,

“Pero como, ¿me vas a dejar así, vestido y alborotado?

Suavemente, ella desvió el beso inminente pero, conscientemente, ofreció el cuello mientras salvaba las apariencias oponiendo un mínimo de resistencia con los brazos. 

 

Jorge nunca, mientras viva, olvidará el perfume, que ella llevaba esa tarde.  Los eternos instantes que duró aquella caricia lo llevaron de ida y vuelta al paraíso flotando entre ese aroma.  La voz insistente de ella lo hizo reaccionar,

        “Jorge, Jorge, me tengo que ir.”

        “Impossible, me no speak spanish”, contestó jugueteando, sin sacar la cara de entre la cabellera de ella.

        “Mira, si quieres nos vemos el sábado en la graduación ¿si?”

Sorprendido, el chico, pensando en Ayala, le buscó los ojos para preguntarle directamente,

        “¿Entonces va en serio el asunto?”  Y ante el silencio de ella recalcó, “Muy bien, si lo sabe dios, que lo sepa el mundo.  ¿A que horas paso por ti? ¿nos vamos en bici?”

        “¡Jorge!  No juegues, me va a llevar mi papá.  Mejor nos vemos adentro del salón.”

        “Mejor, así me ahorro lo de la entrada ... Pero dile al suegro que no vaya por ti, que yo te llevo - al día siguiente claro.”

 

La chica, sosteniéndole la cara entre las manos, no encontró motivo para contenerse más, y se despidió con un ardiente beso rubricado con un,

        “Jorge, perdóname.”

 

Montó en la bicicleta apresurada ignorando el “¿porqué?” de Jorge.  Volviéndose finalmente le gritó  “¡Ah! y por favor no le digas a nadie, quiero evitar problemas ¿tú me entiendes, verdad?”

 

Jorge y Antonio

Tratando de aguantar la carcajada, Jorge disfrutaba los apuros del maestro de cálculo.  Al sorprender a Antonio copiando en el examen final, había terminado siendo regañado por el propio estudiante,

        “¡Cual acordeón?”, le reclamaba Antonio de pie al maestro.

“¡Estas son mis notas!,  así las hago yo, luego las paso en limpio en el examen.”

        “Señor Ramos, ¡por favor!  Esa no es su letra, ni ese papel es de su libreta”, argumentaba el profesor. 

“Además esta en tinta color violeta.  El único que usa pluma color violeta es López,  ¿me va a decir que él le presto la pluma?”

        “Pues sí, aunque usted no lo crea”, afirmaba Antonio con un aplomo digno de un primer ministro. 

“Me quede sin papel y mi pluma no servía y Jorge me prestó pluma y papel ¿qué tiene de malo eso?”

Al no encontrar solución inmediata, el maestro optó por una medida salomónica,

        “Mire Ramos, siéntese acá, y asunto arreglado”.

 

Aprovechando el desconcierto, y antes que lo involucraran, Jorge entregó el examen y rápidamente interpuso una sana distancia entre él mismo y el salón de clases.  Más tarde se le unía Antonio en la cafetería,

        “Oye bato, gracias por el problema.  No tenía ni idea de como hacerlo.

        “Por poco te trampa el profe ¿no?  Yo mejor me salí antes de que me cayera pedo.”

        “Sí, pinche viejo.  Por poco me agarra.  Te debo una,  ¿quieres una soda?”

        “No, ya me eché una.  Mejor píchame un cigarro, ya no tengo feria

        “Yo traigo, son Faros ¿no le hace?” 

Mientras Jorge encendía el cigarrillo, Antonio seguía con la conversación,

“¿Vas a ir al baile mañana?”

“Sí, ¿y tú?  ¿Vas a ir con Sara?”

“¿Eh? ... No, Sara no quiso ir.  Yo no sé si vaya a ir.  ¿Y tú vas solo?”

La sola pregunta hizo que un escalofrío le recorriera la espalda a Jorge, haciéndolo  sonreír de gusto,

“¡N’ombre bato!  ¡Si te contara con quien voy a ir!”

“Pues por la sonrisa ha de ser con Miss México.  ¿Con quién vas?”

“Es un secreto.  Pero si vas al baile te vas a dar cuenta.  Gracias por el cigarro.”

Ora.  Si voy al baile, ahí te busco.  A ver si nos sentamos juntos ¿no?”

 

El baile

Matando tiempo, afuera del salón de baile Jorge bebía una cerveza y quemaba un cigarrillo en el automóvil de su padre.  Al ver a Antonio aproximarse solo a la entrada del salón, salió encarrerado para entrar con él.

        “¿Siempre si viniste?”

        “Sí, a ver que tal se pone.  ¿Y tu Miss México?”

        “Aún no llega.  Vamos a agarrar mesa antes de que se llene ¿no?”

 

Dentro del salón el baile empezaba a cobrar vida propia.  Rumbo a la mesa, Antonio pensaba en como salirse del salón lo más rápido posible, mientras Jorge se disponía a disfrutar de la mejor fiesta de su vida.

        “En cuanto llegue, pedimos un trago, bailamos un poco y le digo que nos vayamos a otro lado”, pensaba Antonio, tratando de evitar posibles problemas con Sara o con Ayala.

        Pinche Ayala, se va a morir de coraje en cuanto sepa que le volé la morra,” pensaba Jorge disfrutando anticipadamente.  “Y si quiere pleito, pues se lo damos.  Al cabo aquí andan los del barrio.”

 

Y avanzando entre la música de la orquesta, se encontraron algunas caras conocidas, aunque no muy bellas. 

        “Buenas noches”, le dijo Laura a Antonio cuando éste pasó por su mesa.

Admirado por el inesperado saludo, éste contestó con un seco “Hola” y una forzada mueca.  “¿Porqué tan sonriente?  ¿Sabrá de que me voy a encontrar con su amiga aquí adentro?” pensó un poco preocupado mientras seguía avanzando.

 

Curiosamente, desde la misma mesa, Lucía se levantaba con la mejor de sus sonrisas para detener a Jorge y preguntarle a gritos al oído,

        “Hola Jorge ... ¿bailamos al rato?”

        “¿Eh? Sí claro”, contestó éste sorprendido sin saber que más decir.

 

Al seguir su camino y alejarse un poco de la mesa,

        “¿Qué te dijo?” le preguntó Antonio a Jorge.

        Me tiró el calzón de la manera más descarada.”

        “A mí también”, respondió Antonio.  “¿Qué les pasa a estas chavas?”

        “No han de querer graduar vírgenes”, contestó Jorge.  “¡Qué lástima que ando ocupado!  pero tú sí le puedes entrar ¿no?”

        “¡No! Que encuentren otro que les haga el favor ¿a poco a ti te gustan?  Además yo también espero a alguien.  Pero no le digas a Sara”, respondió apenado Antonio.

        “No te apures, tu secreto esta seguro conmigo.  Claro, mientras pagues las cervezas toda la noche.”

 

Ya una vez en la mesa, Antonio, ignorando el estruendo de la orquesta, empezó a hacer conversación con Jorge tratando de ahuyentar los nervios,

“Pues al cabo que ya voy a saber quien es tu acompañante secreta ¿no?  Dímelo de una vez”, le decía a Jorge.

Nel papel”, contestaba Jorge.  “Del plato a la boca se cae la sopa.  Mejor espérate un rato.”

 

En los siguientes cuarenta y cinco minutos Antonio y Jorge consumieron cuatro cervezas cada uno y media cajetilla de Faros.  Hablaron de sus planes mediatos e inmediatos.  Jorge pensaba estudiar arquitectura mientras que Antonio quería ser técnico en refrigeración.  Antonio se quejaba de ya casi tener un pie en el altar, mientras que Jorge se lamentaba de no poder satisfacer sus problemas hormonales tan seguido como a esa edad se requería.  Intercambiaron teléfonos, direcciones, y hasta profilácticos.  Identificaron amigos comunes, recordaron escenas estudiantiles de los años juntos, y juraron frecuentarse por siempre jamás.

 

Y en eso estaban cuando una voz familiar les detuvo el habla,

        “Hola batos”, les dijo Ayala al pasar.  “No se me vayan, ahorita vuelvo”, les advirtió dejándolos fríos mientras se alejaba.  Estupefactos, Antonio y Jorge musitaron un inaudible “¡Ah cabrón!” y un “¡En la madre!”, respectivamente.

        “¿Y éste que trae? preguntó Jorge.

        Pérate” contestó Antonio al ver que se aproximaba de regreso acompañado por Laura y Lucía.

        “Amigos, como los vi tan solos, a manera de despedida, y por el tiempo que pasamos juntos, les voy a presentar a Laura y Lucía.  Unas queridas amigas de mi novia que vienen sin pareja.  Confió que como buenos caballeros ustedes no las dejarán solas.”  Y forzando a todos a estrecharse las manos, agregó

“No, no me lo agradezcan, para eso somos amigos.” Y despidiéndose dijo,

“Y ahora les suplico me perdonen pero tengo una cita de amor y debo partir.  Ci vediamo.”

 

Antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar, Ayala se alejó a grandes zancadas dirigiéndose a la salida.  Al pasar por el guardarropa, su novia, la lindísima chica que había hecho que tanto Antonio como Jorge fueran a la fiesta, salió de su escondite,

        “¡Ah! lo que hace uno por las amigas”, le dijo a Ayala mientras lo abrazaba.

        “¡Y por los doscientos dólares también!” agregó feliz Ayala.

        “¿Te pagaron?”, preguntó su hermosa novia.

        “Claro, si no, no las hubiera llevado a la mesa del par de tontos.”

        “Ojalá sean felices.  Inocentes con pazguatas.  ¡Parejas perfectas!”

“¡Vámonos mi amor! ¡A gastar el dinero!”

 

Y así, con la ayuda de Ayala y su bellísima novia, yo, Cupido, logré lo que parecía imposible.  Al acercarlo a Laura, le di la oportunidad a Antonio de que midiera la fortaleza de su noviazgo con Sara.  Y al ponerlo frente a Lucía, le proporcioné a Jorge la manera perfecta de calibrar su independencia.

¿Cuál será la conclusión de lo que ahí empezó?, solo el tiempo lo dirá.

 

En el libro 62 de la Sección de INICIO DE NOVIAZGOS , foja 33 del registro de actividades de CUPIDO , abajo ratifican y firman los que saben, haciendo constar que i) esta acta fue leída por CUPIDO en la reunión semestral en su debido momento, ii) tanto el acta como la conducta de  CUPIDO no incurren en falta de respeto a credos, raza, preferencias políticas, sexo u orientación sexual, y iii) las acciones de CUPIDO aquí detalladas promueven buenos hábitos y desalientan los malos, cumpliéndose así las formalidades de reporte anual de las diligencias propias de su misión exigidas por la ley celestial.  Para aclaraciones contactar a Cupido en CUPIDOYSEXO.HUMANOS.PARAISO.CIE.

 

FIN

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