El Concurso

Jorge Alberto López Gallardo

Paso del Norte, Julio, 2001

 

¿Mentirme?

por Guillermo Samperio

Hacía mucho que no fumaba.  Salió del edificio, directo a la tabaquería.  Le temblaban las manos.  Tabaco negro.  Yendo por la calle, encendió el primer cigarrillo.  Sin filtro, chaparros y gorditos.

¡Que fascinación tienen estos ñatos con el tabaco!  Y siempre tiene que ser negro, el que más apesta ...  ¿Cigarrillos chaparros?  ¡Que manera tan gil de meter localismos!  Ha de ser un chanta mexicano.  Vamos al grano Guille ...

Las imágenes atravesaban el humo.  Se formaban y se convertían en humo.  Las palabras vueltas decir.  Vueltas humo.  Palabras que se fueran fumando...

Humo, humo, puro humo.  Perece verso de Carriego ¿De qué se trata entonces, una historia de bomberos?  ¡qué lo parió!  Mejor dejo de leer, este cuento puede producir cancer.

No sé porque mierda que me dejé convencer.  Estos concursos son unos hinchapelotas.  ¡Otra que me debés Taibo!  Bueno, a ver si con un whisky se ve mejor el que sigue...

En el campo llano

Sonaba el timbre que señalaba la última hora del día.  Pensé que sería la última vez que iba a escuchar el sonido de aquel timbre.  La profesora de física, la Diez – que tenía buenas piernas -, se despidió hasta mañana y los chicos comenzaron a salir apresurados del aula.

Al menos este captura un poco más.   ¿O será el whisky?  También tiene menos humo.  Viene con seudónimo.  Parece porteño ...  ¿Porque párrafos de más de dos páginas?  ¿Diez? ¿no será Díaz?  A ver, acá hay algo ...

Yo también, pensé.  Y me la imaginé desnuda con todos esos piercings.  Salvo en fotos, nunca había visto a una mujer totalmente desnuda.  Recordé cuando fuimos al prostíbulo.  Habíamos ido con el hermano mayor de Blanco – le decíamos White-, y todos habíamos alardeado de las cosas que íbamos a hacer con la chicas.

No falla, si querés que te den bola, meté cuerpos desnudos y boludeces.  ¡Che, vos usás un cañón para matar moscas!  El pibe se va a suicidar, el escritor – supongo – quiere hacerlo entrar en un fino crescendo de desesperación, pero al doblar la página, ¡cuerpos desnudos y prostíbulos!  ¡Qué lo parió!  ¿Y el motivo para el suicidio?  ¡Un suicidio al pedo!  ¡Ah, la puta!  Mejor cambio de canal...

Libros que matan

Alexander Prieto Osorno

Enrique Zapata murió por exceso de literatura.  Trescientos kilos de libros le cayeron encima de súbito y acabaron con su vida.  Nadie sabe exactamente que vértice de qué volumen fue el que le dio el golpe definitivo. 

¡Algo divertido!  Estos pendes siempre con sus profundidades, a veces se les olvida reír.  Este sí lo leo entero, voy por un mate...

Valga decir que Zapata era un editor pirata ... El problema surgió cuando decidió mejorar la calidad de las ediciones e introducir pequeños cambios en los libros ... Embriagado por su éxito “moral” y económico que le brindaban sus versiones “cortas y mejoradas”, Enrique Zapata se dedicó a la juerga, se consiguió dos amantes y abandonó el trabajo casi por completo.

Solo a un imbécil se le ocurre echarse de enemigo a ... Don Quijote ... tarde o temprano tendría que pagar estos agravios.  El certificado de defunción afirma ... que Zapata falleció por aplastamiento de libros.  La espalda y el pecho presentaban laceraciones ... a la altura del corazón ... un objeto de punta redonda le había atravesado el corazón ... en un libro con ilustraciones antiguas ... supo que se trataba de una especie de lanza de uso común ... en época de los grandes caballeros andantes, hace más de siete siglos.

¡Linda la idea!  Un poco plana la redacción, pero simpática la historia.  Un cuento sin historia es como un tango alegre, ¡no existe!  Tuvo suerte Alexander que lo leyera después de los primeros dos, aunque no es tan bueno, se ve infinitamente mejor. 

Mirá, lo de la modificación de las historias cansa un poco, lo reitera cinco o seis veces.  También el final está un poco bobo, un poco tímida la fantasía, lo controló la realidad.  Ale, vos sos el maestro, si entrás al mundo ficticio podés hacer lo que querás.  ¿Porque no hacerle pagar a Zapata su osadía con algún tormento?  Hacele un juicio dantesco, o algo así.  Bueno, no está mal para empezar.  A ver que más llegó ...

Un juego de espejos

La ciudad es nueva para nosotros. No estamos acostumbrados al habla de sus habitantes ni al frío de sus noches más largas.  Y es que apenas hace unas semanas que nos trasladamos.  Hemos vivido en un hotel por unos días, mientras buscábamos un lugar donde instalarnos...

Mirá vos, uno que sabe escribir... ¿Cómo te llamás?   Acá está atrás ¿Mije?, ¡ah, gallego!  Párrafos de longitud uniforme, oraciones de buen tamaño, combinación de descripción, metáfora y análisis.  Nomás falta la idea, ¿de qué se trata tu juego de espejos? ...

Rosa y yo decidimos finalmente alquilar un apartamento ... Los cuartos vacíos repetían nuestros pasos ...Ella se puso enseguida a la tarea de construir un hogar ... el apartamento se está convirtiendo poco a poco en una copia disminuida y precaria de nuestra antigua casa ... En el mismo almacén ... había un armario y una cama casi idénticos a los de nuestra antigua vivienda ... la cama es muy parecida ... en el caso del armario la madera que adornaba allí sus puertas ha dado paso aquí a una lámina de espejos ... Basta con abrir ligeramente las puertas para que la cama se disuelva en mil ángulos ... Ignoro lo que Rosa pretende con su juego ... me pregunto si ese afán suyo por reproducir la imagen de nuestros cuerpos no estará arraigado en la misma incertidumbre, si no será acaso el mismo miedo –a la novedad, a la soledad, al cambio- el que la impulsa a multiplicarnos en el único cuarto en el que no ha duplicado el antiguo trazado ... Una pieza falta para completar la vieja fotografía ... Tal vez sea este sillón ... observo la habitación en silencio.  Su parecido con nuestro antiguo salón es asombroso ... La reproducción es tan exacta que a veces tango la impresión de estar perdiendo el tiempo ... Hoy no sonó otra vez el teléfono ... le propuse que diéramos un paseo por el barrio ... habíamos oído hablar de la presencia de un parque ... sus desplazadas palmeras ... parecen un exabrupto de este clima hostil ... al salir del parque ... oíamos todavía el enredo del viento en sus hojas ... Como si se hubiera sentido de repente más sola Rosa me cogió de la mano ... poco después de abandonar el parque nos encontrábamos frente al gran escaparate de una tienda de muebles.  El sillón de Rosa, el de sus tardes de domingo frente al jardín, ... estaba al otro lado del cristal ... Rosa se detuvo en seco ... había olvidado ese pequeño detalle .. hemos vuelto a la calle cargados de un sillón envuelto en grueso papel ... no se si ella se da cuenta de que hace tiempo que deberíamos haber encontrado el camino que conduce al apartamento ... Huimos en círculos por un laberinto de calles ... convertidos en una especie de náufragos urbanos atados a una extraña tabla de salvación ... abandonarlo en el suelo significaría tener que prestar atención ... es mucho lo que habría que poner en orden ... es la revisión de nuestras vidas la que parece de pronto amenazarnos ... ha llegado el momento de aceptar la fatalidad en la que hemos caído, de abrazarla o empujarla tal vez hacia algún precipicio ... puede que el sillón vacío donde no ha de sentarse la felicidad ... que en el ruin trono donde se alardea nuestra soledad en medio de las calles transportemos una especie de símbolo, un estigma, la carga, la cruz, la soledad de todos.

¡Muy bien mi querido llollega!  Mirá que casi siento lástima por ti.  Casi me hacés llorar.  Bueno, mi voto es tuyo, pero ahora, ¡a destazarte!

 

Empezás calmo, sin emociones.  Ves a tu mujer en el laburo reconstruyendo tu antigua casa.  No le das pelota a este hecho.  Recapacitás y te encontrás con la réplica del armario y cama.  Macanudo, tu esposa es consistente con sus gustos mobiliarios ¿y?  Empezás a joder con los espejos ¿Por qué te molesta que se vea tu imagen?  Vos querías espejos que no reflejaran?  Hijo de la madre patria, esto empieza a perder contexto – a menos que querás que el héroe de tu cuento sea un esquizofrénico de mierda.  Le echás la culpa a la Rosa.  Si no te gustaba como iba quedando aquello, ¿porqué no te metías a ayudarle?  Claro, no tendrías nada que escribir entonces.  Bien, entonces seguís exagerando.  Relacionás lo que pasa con un miedo al cambio.  Descubrís que el sillón, la pieza del jaque mate, no está.  Y ahí te vas tejiendo la telaraña hasta encontrarlo.  Mije, majo, ¡ya estás totalmente fuera de cualquier lógica no-Kafkiana!  El mobiliario puede ser indicativo de tus problemas, pero nunca la causa de tu carga, tu cruz, y tu soledad.  ¡O hay algo más que no nos contás, o la pobre de Rosa esta casada con un maníaco depresivo!

 

Mije, para escribir, no basta con saber hacerlo, lo esencial es el tener algo que decir.  Tu retrato de estos cosos, aunque entretenido, está incompleto.  La imagen que mostrás no es suficiente para saber que pasa, y mi mente lógica termina completando la escena.  ¿Tendrá mérito el hacer eso?  Vos ponés la mitad y yo termino el resto.  ¿No deberíamos ambos de firmar el escrito?  Es fácil laburar así, veamos.

 

A ver, si pongo esto que está casi al final de “En el campo llano”, claro, con los nombres cambiados, y luego ... meto este párrafo de la página siete.  Habría que cambiar los tiempos.  Sigo con ... ¡ah sí!, con esto que está aquí al principio.  Después sigo aquí, ¡muy bien!.  Necesitaría ambientar un poco ... bueno, le ponemos un poco de humo de “¿Mentirme?” seguido por ... la descripción de Zapata de “Libros que matan”.  Y para rematar algo dramático ... claro, el final amargo de “Juego de espejos”.  Ahora el toque maestro, un título sugerente que quede con todo y no diga nada: “Desiderátum”  ¿Y si al final resulta algo sin lógica?  ¡Pues que el lector ponga su parte y se la agregue!

 

Desiderátum

Siempre que estoy nervioso imagino que mi estómago es un mar tormentoso de ácido clorhídrico y adrenalina, que corroe las paredes de mi estomago despidiendo un olor nauseabundo.  También me imagino alguna herida interna siendo carcomida por la terrible mezcla. 

Me siento vacío.  Más vacío que nunca.  Estoy perdiendo el tiempo, el poco que me queda.  Ni Planchadell ni Turati eran mis amigos.  Tan solo eran personas con la que compartía cinco horas al día, cinco días a la semana.  No se que hacer, quiero irme, pero a la vez quiero atrasar lo más posible el viaje.  Una y otra vez abro la cajita del compact, saco el folleto, leo las anotaciones, veo las fotos y vuelvo a guardarlo.  Una y otra vez hasta que decidí irme.  Cuando me puse el saco, pensé que lo mejor era dejarle el disco a Turati.  ¿Para qué me lo iba a llevar si no iba a tener otra oportunidad de escucharlo?  Pero por otro lado me pregunte ¿por qué dejarle el disco a Turati?  Guardándolo en uno de los bolsillos del saco, me fui saludando hasta mañana pensando que para mi ya no había un mañana.

Con tristeza, miré durante unos minutos el aula desierta.  ¿Cómo iría a reaccionar mis compañeros cuando se enterasen de que yo había muerto?  Sonaba el timbre que señalaba la última hora del día.  Pensé que sería la última vez que iba a escuchar el sonido de aquel timbre. La profesora de física, la Diez – que tenía buenas piernas -, se despidió hasta mañana y los chicos comenzaron a salir apresurados del aula.

Una vez más, recordé cuando fuimos al prostíbulo.  Habíamos ido con el hermano mayor de Blanco – le decíamos White.  Ahí había empezado todo.  Las imágenes atravesaban el humo.  Se formaban y se convertían en humo.  Las palabras vueltas decir.  Vueltas humo.  Palabras que se fueran fumando.  Todos habíamos alardeado de las cosas que íbamos a hacer con la chicas.  Sin embargo nadie hizo nada, nos sentimos apabullados y atemorizados.  Las chicas no recibieron haciendo chistes sobre si nuestras madres nos habían dado permiso.  Una de ellas tomó mi mano y la apoyó en sus tetas.  Las acaricié y apreté levemente.  Eso fue todo lo que hice. 

El único que se animo a entrar fue Pellegrino.  Ese fue el principio del fin.  Una sorpresa para todos.  Era uno de los tipos más callados. De ahí cambió para siempre.  A partir de entonces, embriagado por el éxito de esa noche, se dedicó a la juerga, se consiguió a una amante.  Para mi mala suerte, de entre las numerosas estudiantes de secundaria, tuvo que enamorar a la que era y sigue siendo el amor de mi vida.  Se abandonaron casi por completo.  Salían a divertirse sin ninguna restricción.  Se emborrachaban.  En las tardes la recogía en la puerta del colegio, la paseaba por los mejores restaurantes y discotecas de la ciudad, la llevaba a un hotel del centro, se complacía y después la dejaba a ella en la puerta de su casa antes de las diez de la noche, y a mi con mi vida deshecha para el resto de mis días.

Pero ahora ya es tarde para dar marcha atrás.  Algo me dice que todo intento es inútil, que cualquier esfuerzo que haga para trastabillar, o para alterar levemente el ritmo de mis pasos, ha de ser en vano.  A mi paso, en los soportales y los bajos, desde la cristaleras brillantes de las cafeterías y comercios donde la gente hace su vida, la imagen de ella espejea y se expande.  Me pregunto si podré hacerlo.  ¿Acaso no estaré atrapado en un laberinto de cristal preparado para mi mortificación?  Tal vez sea imposible escapar, tal vez haya quedado eternamente asociado a este mecanismo incomprensible.  Ella que no mira atrás puede que lo sepa, ella que me ofrece la espalda sin miedo a la ventaja que me otorga, porque no ve mi rostro angustiado, porque no vigila mi pensamiento que huye, ella conoce tal vez que no hay nada que podamos hacer, que huir, escapar, abandonar la carga que compartimos no está seguramente a nuestro alcance.  Quizá la fantasmal procesión deba prolongarse infinitamente, quizá sea el ocasional servidor de un ritual de por sí eterno, que me utiliza y me requiere para cumplimentarse, y al que antes sirvieron otras manos.  Puede que el espacio que deja vacío y donde no ha de llegar la felicidad prometida, haya sido anteriormente ocupado por otros cuerpos, puede que el ruin hueco donde se alardea mi soledad en medio de las calles sea una especie de símbolo, un estigma, la carga, la cruz, la soledad de todos.

 

¡Bárbaro, che!  ¿Y mi premio?

FIN

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